Modo de manifestarle a uno que no se hace caso de lo que nos está diciendo.

No debe fiar uno su secreto ni aun al mayor amigo, mientras no se esté convencido de que sabrá callarlo.

Da a entender que se le convide para resarcirle de la pérdida y que no quede quejoso.

Enseña que no debe concederse a nadie más de lo que justamente se merezca.

Enseña la distribución que se debe hacer de los bienes para que alcancen a muchos y no se los lleve uno solo.

Se usa cuando vemos que el hombre noble se humilla y el ruin se ensalza.

En las aldeas se ve esto con frecuencia, que riñe el cura con el que no le ofrece, sin que por esto consiga que le dé algo; con lo que resulta que la avaricia redunda en daño del avariento.

Hay personas tan exigentes y ambiciosas, que no satisfechas con haber logrado lo razonable y necesario, piden además las cosas superfluas.

Indica que no debe uno dejarse engañar por las lisonjas interesadas, cual solían ser las de aquéllos.

Advierte lo peligroso que es tener por enemigo a quien reúna en sí el poder de la autoridad espiritual y de la fuerza material. Si el superior es pendenciero, no les irá muy bien a los súbditos.

Da a entender que donde iban estas dignidades eclesiásticas había mucha abundancia de comida, por la fama de sibaritas que tenían en lo referente a la mesa.

Dícese de aquellas cosas en que la bondad de lo superfluo supera a la de lo indispensable o necesario.

Indica ser fuente de riqueza tanto el cuidado del ganado lanar como la apicultura y los molinos.

Dase a entender que la carrera eclesiástica, el ganado lanar y los colmenares proporcionan comodidades y riquezas.